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Con los ojos de Rosita y Andrés

Los niños ven la vida a través de sus ojos de una manera práctica y sencilla. Dicen lo que piensan y actúan como sienten, explotan con su imaginación; de forma espontánea, con alegría y mucha curiosidad. Tienen la virtud de soñar sin límites, disfrutan del momento sin pensar en lo que les depara el mañana

Los truenos anunciaban que la lluvia que nos acompañó durante el día había sido solo un aperitivo del diluvio que se venía para la noche. Estábamos tranquilos, cansados pero felices. Luego de varias horas de trabajo estábamos finalizando una jornada más de evaluaciones y encuestas. El día se hizo noche y con ella llegó la lluvia. Oran prácticamente era un pueblo fantasma. Fueron varias versiones y todas señalaban más de seis meses sin luz y sin agua. En la selva, donde hay un problema siempre hay un peruano creativo y dentro de las diversas soluciones que habían encontrado algunas era adecuar pequeños motores, los cuales generaban corriente eléctrica para los establecimientos estratégicos. Ello era para la luz, para el agua solo apelaban al agua del río o se esperaba que lloviese y así acumular el agua. Aquí la lluvia era una cuestión vital. Con la ausencia de fluido eléctrico la noche se apodera con mayor rapidez y contundencia en todo Oran. Pese a ello se podía ver cómo las familias luchaban por recoger el agua de la lluvia en baldes y vasijas de todos los tamaños.


En ese panorama de apuro, recolección y desesperación resaltaban los niños, algunos de ellos apenas empezaban a caminar y colaboraban con esta difícil labor. Amigo lector, recuerde usted cuando fue la última vez que alzó un balde de agua o levantó un bote de pintura, tómese un momento para pensar cómo sería levantar ese balde con no más de 1.10 metros de estatura. Créame, no es sencillo. Muchos de los niños a diferencia de sus padres o hermanos, veían la recolección como un juego y no como una cuestión de supervivencia. Es probable que por ello su reacción ante el poder de la lluvia fuese de felicidad y así felices ayudaban.


La intensidad de la lluvia aumentó, los relámpagos alzaban su voz y la mayoría de las personas buscó cobijo. Recolectar agua era una labor secundaria, lo importante ahora era ponerse a buen recaudo. Esto era algo que los niños no comprendían, para ellos cuanto más intensa la lluvia, mayor diversión.


Aprovechando los pocos rayos de luz sobre la plaza hicieron su aparición los hermanos Rosita y Andrés (luego averiguaría sus nombres). Dos niños que decidieron aprovechar la lluvia y apoderarse del momento. Ellos antes habían estado acumulando agua, pero dejaron atrás sus obligaciones, para darle paso al esparcimiento. Para los ojos de Rosita y Andrés no había una precipitación inclemente sobre el lugar, para ellos había una mejor oportunidad de diversión. Ellos no vieron problemas, ellos no vieron dificultades, ellos vieron un lugar donde controlar sus cuerpos al ritmo de su corazón.


Un corazón que les dijo que aprovecharan los charcos (que parecían piscinas) para sentir que la lluvia los abrazaba y también te puede producir alegrías sin fin. Saltaron, bailaron, agitaron los brazos, se hicieron uno con la lluvia. Y dentro de toda su felicidad, Rosita y Andrés, no creyeron en la palabra egoísmo e invitaron a más cómplices a su aventura nocturna.


Es probable que siempre nos toque enfrentar lluvias torrenciales que nos nublen el destino o dificulten significativamente nuestra supervivencia; es probable que nos preocupemos sin tomar en cuenta que debemos buscar la forma de afrontar los malos temporales como oportunidades, con ingenio y fortaleza como los pobladores de Orellana. Sin olvidar que la determinación que tomemos sea con la nobleza y alegría con la que lo toman los niños en Orellana. Rosita y Andrés también son unos emprendedores, de esos que tienen todo en contra, pero que sonríen porque toman la decisión de hacerlo y porque aprendieron a no temerle a la felicidad.


Dheys Ríos

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